El calor de la ceniza by Xavier Alcalá

El calor de la ceniza by Xavier Alcalá

autor:Xavier Alcalá [Alcalá, Xavier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1979-12-31T16:00:00+00:00


—Díganle a Hinojares que no vuelva por clase en lo que queda de trimestre, y que tiene suspenso el examen trimestral. —La profesora se alisó el pelo en uno de sus gestos enérgicos y retomó el hilo de la lección acerca del Imperio de Oriente.

Avelino y yo intercambiamos un mirar de inteligencia. Coincidían nuestros pensamientos: «Fiuncheiras, cuatro ojos, te vas a tragar las putas gafas de la piña que te voy a meter», el Souza lo iba reventar; tenía que cobrarse a golpes lo que por el ingenio no sería capaz de resarcir. ¿Por qué haría Luis esa locura? Si Souza tenía una asignatura suspensa, ya no podía «pasar» a la Reválida. En un descuido nos despedazaba a Hinojares.

Al fin de la clase le propuse a mi compañero:

—Ave, hay que arreglar esto. Tenemos que hablar con ella…

La profesora de Historia nos esperó en un despacho a la hora del recreo. Al principio nos costaba trabajo hablar:

—Habla tú.

—No, habla tú.

—Está bien. Hable uno cualquiera, por favor, sin demora —nos rogó, con un punto de emoción en la voz; porque debía esperar de la entrevista algo personal, que solo nos alcanzara a los presentes.

La desilusionó claramente la exposición de Avelino pidiendo clemencia para nuestros colegas. Nos habló sin interés acerca del orden académico; dio argumentos fáciles de respetos y buenas maneras y concluyó con una oferta de merced para Hinojares y Souza si le viniesen a pedir disculpas.

Nos quedamos callados los tres, cortados, mirándonos a hurto.

En el aire entre nosotros quedaba una satisfacción por dar, que todos queríamos.

Ella intentó romper el hielo. Sacó del bolso tabaco y para nuestro asombro nos lo ofreció. Era mentolado. Avelino se apresuró a darnos fuego y enseguida las primeras nubecillas perfumadas le daban al despacho un olor delicioso a conspiración, despreciando la vigilancia de un Cristo frío en la mesa, y la de Franco en lo alto de la pared con su uniforme de Capitán General de Tierra, Mar y Aire.

De pronto, la mujer apagó el cigarro en el cenicero y nos encaró. Y nos habló, desconcertantemente, en íntimo, antioficial, cariñoso, sumiso… gallego:

—Mirad, yo bien sé cómo empezáis a pensar vosotros… —Enredaba con el cigarro apagado—. Vuestros casos son claros. Cagigao vive entre los dos mundos que hay en Galicia, entre la aldea y la ciudad; y tú… —Me miró y bajó la vista juntando el entrecejo, como asustada—. Bien, muchos sabemos quién fue tu abuelo y qué hicieron con tus tíos. Yo intuyo a dónde vais a llegar porque ya pasé por ese proceso. Por eso os quiero desanimar a tiempo, para que gastéis vuestras energías en algo más productivo para vosotros, porque no sé cómo… Mirad, escuchadme, escuchad esto, que alguna vez lo llegaréis a comprender: Galicia murió al final de la Edad Media, en la segunda guerra irmandiña, y desde entonces el pueblo gallego no vive… Vegeta.



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